Espero que os guste, y ante todo, que os enganche ;)
Comenzó a Medianoche
Saga Dioses Temporales II
El regalo.
Abrí la ventana, una
brisa caliente de verano me saludó al instante. Caminé hacia mi armario,
abriéndolo y sacando, sin ganas, el vestido que debía ponerme. El atuendo de
montar, estaba postrado en el diván, tentativo hacia mí.
Mis manos avanzaron solas
hacia los encajes azules de uno de los trajes, de suave seda combinada con
algodón, con un escote que dejarían a la vista para echar imaginación a más de
un pervertido en la fiesta que habían organizado para esta noche mi familia.
Salí de la habitación,
sacando antes el atavío del ropero y colocándolo sobre la cama; Marisa se
encargaría de darle el visto bueno y elegir los complementos, era buena en
ello.
Bajé las escaleras
despacio, había sentido el timbre de la puerta; era extraño recibir visitas
aún, ya que la fiesta no comenzaría hasta las nueve de la noche y el reloj
marcaba claramente las siete.
Oí los pasos de Teo,
nuestro mayordomo, dirigiéndose a la puerta para abrirla.
- Señor, señora.- oí.-
Bienvenidos, es un placer volver a verles.
Bajé unos peldaños
aprisa, picada por la curiosidad de saber quiénes eran.
- Hola, Teo. La casa está
preciosa.
- Señora Airós, - vi como
Teo se inclinaba hacia mi abuela.- es un placer tenerla aquí y oír de su boca
un cumplido semejante.- desde luego, el mayordomo sabía cómo hacer la pelota a
sus jefes. Mi abuela, Jimena, sonrió tímidamente.- Señor Airós…
- Tranquilo, Teo. Tan
solo manda a que recojan nuestro equipaje, vamos a quedarnos unos días.
El abuelo Klaus, con sus
rizos dorados, de rostro raramente menos arrugado que el de la abuela; alzó su
mirada hacia mí. Sus labios finos se ensancharon en una sonrisa, sus ojos
azules grisáceos, brillaron.
Mi abuela siguió su
mirada, mientras que Teo, salía afuera, a buscar lo mandado y traerlo con ayuda
de alguien.
- Hola, querida.- me
saludó la anciana y bella mujer, la cual, tenía una bonita mirada del color de
la miel, con cara en forma de corazón, herencia que yo había tomado, además de
su boca perfecta y pequeña.
Terminé de bajar,
acercándome despacio, dejando caer el vestido ligero de muselina, que llevaba
de tirantes.
- Hola abuela, abuelo.-
los saludé.- ¿De veras van a quedarse un tiempo?
Ellos sonrieron
intercambiando una mirada cómplice antes de asentir.
Sonreí con ellos
abrazándoles.
- Cómo has crecido,
querida, déjame verte.- me habló la abuela Jimena.
La dejé que me observara,
me levantase el rostro por el mentón y me diera su aprobación.
- Estás preciosa.- dijo
dulce.
- Sí, que lo está,
Jimena, nuestra única y pequeña nieta, ya es una mujer adulta.- reí, el abuelo
Klaus conmigo.- Es cierto, ¿verdad? ¿No habrás pensado que nos hemos olvidado
de tu cumpleaños?
- ¡¡Abuelo!!- exclamé al
ver que sacaba una cajita envuelta desde atrás de su espalda, entregándomela.-
No tenías porqué traerme nada.
La acogí emocionada.
- Ay, mi niña.- habló
Jimena.- No digas eso, eres nuestro más preciado tesoro.
- Ábrelo.- me ordenó mi
abuelo.
Desenvolví la cajita;
unos pasos se aproximaban, los reconocí como los de mi madre, así que seguí
concentrada en mi regalo, que ya estaba destapando. Mi boca se quedó en una “o”
al ver el contenido.
- Nunca había visto un
reloj así.- hablé sorprendida.- Es precioso.
- Se coloca en la muñeca,
querida.- me dijo la abuela.- Tiene un cierre especial, de modo que no se te
caerá nunca al no ser que aprietes fuertemente sobre el candado. Es un nuevo
sistema.
- Pero parece un reloj
antiguo.- comenté.
Y era cierto, pues tenía
su tapa dorada, el fondo era blanco, tenía tres agujas: una marcaba la hora,
otra los minutos, y la que quedaba, los segundos. Las agujas principales,
tenían en su punta una especie de gema azul. Sobre el fondo, un dibujo, que
parecía un dragón mordiéndose la cola, y rodeaba el centro desde donde salían
las agujas.
- Bueno… es una mezcla.-
me contestó mi abuelo en un tono desinteresado.
Lo miré sospechosa,
¿acaso me ocultaba algo?
- Papá,- la voz de mi
madre me hizo ponerme derecha, la educación en aquella casa era así, por lo
menos, delante de ella.- no te esperaba tan pronto.- mis ojos la siguieron
extrañada por sus palabras.- ¿De veras vais a quedaros unos días?
- No podíamos perdernos
la fiesta del equinoccio, suele ser muy importante en esta época. Bonito
vestido, Clarissa. ¿Y Aarón?
- Debe estar aún… quiero
decir, ha salido para acabar unas cosas.- respondió mi madre mirándome de
reojo.
¿Unas cosas? Creía que mi
padre estaba en su despacho, y en ningún momento lo había visto salir.
- ¡Vaya!- habló Jimena.-
No me digas que esas cosas se han complicado.
- Mejor hablamos en la
salita, madre.- le dijo Clarissa echándome un vistazo.
- Veo que no te has
fijado bien, hija.- sonó severa la voz de mi abuelo.- Ella ya está preparada,
acabo de regalarle su reloj.
Mi madre me observó
entonces más detenidamente, posando sus ojos en el reloj de pulsera tan extraño
que me habían regalado. Me alzó la muñeca, con su rostro pálido, negando con la
cabeza.
- Ah, no;- miró a mi
abuelo sin soltarme.- dime que no va a suceder.
- Es su momento.- le dijo
firmemente.
Me soltó observándome de
frente.
- María…
- ¿Qué, madre?- contesté
automáticamente.
Ella suspiró fuertemente.
Se volvió hacia sus padres.
- Pero hoy es el
equinoccio, y aún no se ha resuelto ese asunto.
- Ella le pondrá fin.- le
contestó Klaus.
Aquellas medias
conversaciones eran tan extrañas que no sabía que pensar.
- ¿A qué le pondré fin?
- Sube y cámbiate,
cariño.- me dijo mi madre en un tono preocupado sin perder de vista a mi
abuelo.
- Mamá, no quiero bajar a
esa fiesta.- logré decirle.- No tengo intenciones de casarme, no aún.
Mi madre suspiró
nuevamente, cansada. Vi por el rabillo del ojo como mis abuelos sonreían.
- No pienso discutir de
nuevo ese tema, María.- me respondió y fijó su vista en mí seria.- Al menos
esta noche, intentaré que te quedes aquí conmigo. Bajarás a la fiesta,
jovencita. Ya es hora de que encuentres tu esposo; en estos años que vivimos,
muchas señoritas se han desposado a los 16.
- Sólo acabo de cumplir
18.- me defendí.- Aún no es tarde. No digo que tenga que llegar el día en que
me vea casada y con hijos; pero no ahora, mamá. Quiero salir de este pueblo,
ver mundo.
- María, sube a tu
habitación.- me dijo fríamente.
Subí las escaleras de
malhumor. No sabía porqué me había hablado mi madre de ese modo; nunca hasta el
momento había salido de casa y vuelto tarde. Visitaba a mis amigas en ciertos
horarios de visita constituidos por mis padres. Horarios…
Entré enfadada en mi
cuarto, cerrando de buenas maneras para no causar más estropicios de los que ya
tenía que aguantar, pues tan solo me faltaba otro sermón por educación.
No lo pensé más. Tomé el
tentativo atuendo de montar, me desnudé rápidamente y me lo coloqué, me recogí
el pelo en una larga trenza; calcé mis botas y abrí el balcón, dispuesta a
salir por la escalerilla que mis padres habían nombrado de incendios, y que
nuestra casa, era la única que tenía algo tan inusual. Gracias a ello, podía
salir libremente sin tener que dar la pista de que no estaba en casa. Quizás mi
padre también la utilizara, pensé.
Salté la poca altura que
me quedaba hasta el suelo, me escondí vigilante, vi a Teo pasar con equipaje,
le ayudaba Andrew, el mayordomo de mis abuelos. Esperé a que pasasen y salí
rápida hacia los establos. Necesitaba pensar, pensar y alejarme.
No tardé en llegar a mi
objetivo; tomé la montura del armario, un relincho conocido para mí, me saludó
antes de que me girase hacia él. Sonreí volviéndome.
- Hola, Runner.- llamé a
mi caballo, un nuevo relincho en contestación.- Vamos a salir un rato.- le
dije.
Coloqué su montura y salí
presurosa. Luisa me sorprendió entonces.
- ¿Adónde va, señorita?-
me preguntó sorprendida al verme.
- Sólo a dar un paseo.-
le contesté sin vacilar.
Luisa me evaluó
detenidamente.
- Señorita, no es la hora
del paseo. De hecho, debería estar preparándose para la fiesta.
- Han venido los
abuelos.- le contesté montando sobre Runner.- La fiesta se retrasará.
- Señorita, por favor. Ya
sé que no le agradan las fiestas, pero esta es importante, es la inauguración
del equinoccio.
- No intentes
convencerme, no voy a elegir marido, no voy a casarme.- la contradije y tiré de
las riendas.
- ¡María! ¡María!
No hice caso a su
llamada, Runner galopaba respondiendo a mis órdenes.
- ¡María, vuelve acá!- oí
lejano.
- De eso nada, no pienso
ir a esa fiestecita de la casa.- contesté, más para mí, que para que Luisa, el
ama de llaves, me oyera.
Runner, corrió, tanto
como le pidieron mis propios pensamientos, conmigo encima. Miré hacia atrás, ya
lejos de la mansión, sin ganas de volver hasta que amaneciera. Ni el abuelo
Klaus ni la abuela Jimena, vendrían a buscarme de tan ocupados como estarían
hablando de sus últimos sucesos; y menos aún, mis propios padres, atareados en
sus quehaceres.
Paré el galope, haciendo
que Runner trotase suave. No sabía cuántos minutos había pasado galopando en su
lomo, pero estaba anocheciendo, y la fiesta que iban a inaugurar, duraría hasta
bien entrada la madrugada.
Divisé el lago, haciéndome
saber como de lejos estaba de casa; suspiré, ¿cuánto más tiempo mis padres
seguirían buscándome un marido? Yo solo quería salir de aquella casa, de aquél
pueblo y viajar, no quedarme como un jarrón de porcelana china, atascada en un
hogar para cuidar de mi maridito, tener niños, coser y esperar a hacerme vieja
sentada en una mecedora.
Lo extraño era que habían
venido los abuelos. Volví a suspirar, Runner paró alzando la cabeza. Bajé de
él, dejándome apoyar sobre su lado, acariciando su frente, de un color grisáceo
y blanco, al igual que todo su cuerpo, en manchas irregulares.
- Diantres…- dije en voz
alta.- quizás debiera volver, tan sólo por los abuelos.- observé su regalo
prendido en mi muñeca.- Es realmente extraño…
Mi caballo relinchó
suavemente como contestándome. Sonreí.
- Sí, quizás aún pueda
escaparme después, en cuanto intenten emparejarme con ese niñato que se cree
con derecho a todo por ser hijo del alcalde… - comenté olvidando el reloj.- ¿cuándo
se dará cuenta, el muy estúpido, de que lo detesto?- agaché la cabeza
sacudiéndola.- ¿Qué habrá visto en mí? Será que no hay chicas en el pueblo,
caray.- repliqué.
- Así que… el hijo del
alcalde es un estúpido y lo detestas.- dijo una voz varonil cercana.
Runner se volvió conmigo,
mirando fijamente al hombre que estaba sentado sobre una rama de uno de los
árboles que rodeaban al lago. Vestía con una camisa blanca, remangada hasta el
codo y desabrochada por los dos primeros botones, dejando al descubierto un
buen formado pectoral y fuertes brazos; la prenda, estaba metida sobre un
pantalón largo de montar, con sus botas negras camperas. Su rostro era inusual
al que estaba acostumbrada, sus facciones eran muy varoniles, de ojos
chocolateados, labios perfectos y rostro de una estatua griega. Lo miré reaccionando
ante su escrutadora y profunda mirada.
- Sí, lo es.- le
confirmé.- ¿Tienes algún problema con ello?- le pregunté desafiante al
desconocido.
Sus ojos me envolvieron
de alguna manera misteriosa, mientras de un salto, caía al suelo y se acercaba
a mí sin siquiera parpadear. No me moví, ni siquiera Runner lo hizo.
- Interesante…- comentó y
sonrió.- No, no tengo ningún problema si tú no lo tienes.
Enarqué una ceja.
- ¿Qué quieres decir con
si yo no lo tengo? ¿Acaso nos conocemos?
- Por supuesto, soy tu guardaespaldas.
No pude evitar reírme.
Tomé las riendas para guiar a mi caballo en camino de vuelta a casa.
- ¿De veras?- le dije
burlona.
- Por supuesto.- insistió
firme.- Llevo siguiéndote mucho tiempo.
- Ya.- le contesté
irónica. Monté con facilidad a Runner, me volví un segundo hacia él.- Creo que
es la primera vez que tratan de coquetear conmigo diciendo tal cosa.
- ¿Coquetear contigo? –
preguntó extrañado ante mis razonamientos.
- Sí, y veo que hacerte
el aludido se te da bien. Debes ser bueno como actor.- le dí la espalda.- Lo
siento, debo volver a esa dichosa fiesta de la que no quiero saber nada.
- Te veré allí, ya no voy
a esconderme.
Giré mi cabeza
sorprendida por esa frase, además de por su atrayente voz.
- ¿Has estado
escondiéndote?
- Se supone que debía
seguirte de lejos;- se puso frente a mí, acarició a Runner que ronroneó como un
gatito ante su tacto. Me percaté entonces de que mi propio caballo le conocía.
Lo observé sorprendida ante la conclusión.- ya es hora de hacerlo de cerca. Has
crecido y te has hecho una mujer.
- Para tu falta de
entendimiento, soy una mujer.- le rectifiqué.
Él rió, le dio unas
palmaditas a Runner y me miró.
- No lo dudo.- contestó.
Nos quedamos fijos el uno
en el otro. Mi corazón latió aprisa, dándome cuenta del aire de misterio que
envolvía al singular personaje.
- Ni siquiera sé tu
nombre.- le hablé desafiante.- No creo que sea cierto lo que dices de ser mi
guardaespaldas.
- Soy Lyon.- respondió de
inmediato.- Y soy tu guardaespaldas, María Denises.
Me quedé absorta ante su
respuesta; ¿sería verdad que había estado observándome durante tiempo?
- ¡María! ¡Señorita
María!- oímos lejano, con cascos de caballos detrás.
Reaccioné, Lyon me dejó
espacio.
- Ve,- me habló.- están
buscándote.
- ¿Seguro que te veré
esta noche?
Sonrió, cruzó sus brazos
mirándome de nuevo.
- Estaré ahí.
- ¡¡Iah!!- tiré de las
riendas, comenzando a correr de regreso a la casa.
Eché un vistazo hacia
atrás. Lyon había desaparecido.
- ¡Señorita, señorita…!
¡Su padre me va a matar si vuelve a salir corriendo de esta manera! ¡Tengo que
vestirla!- me habló desde su caballo.
- Calma, Luisa.- le dije guiando
a Runner, algo sumisa en mi encuentro con Lyon.- Subiré en cuanto deje a Runner
en el establo.
- Confío en que lo haga,
señorita, aún tengo que peinar esa larga melena que se ha trenzado, y alisarla.
Suspiré hondamente.
- Estaré en mi habitación
en menos de diez minutos, en cuanto lleguemos.- le confirmé.
- De acuerdo, señorita, yo
subiré detrás de usted, no vaya a escaparse de nuevo.
El ama de llaves me
siguió de cerca; apenas me di cuenta de que ya estábamos en casa. Luisa se
alejó, y yo lo hice con Runner hacia los establos.
Por primera vez, en mucho
tiempo, me di prisa en dejar a mi caballo; correr hacia casa y subir a la
habitación. El vestido y sus accesorios estaban colocados en orden sobre la
cama dosel; una bañera, con su escalón preparado, me esperaba; Luisa se acercó
tras de mí para ayudarme a desvestirme.
- Ha sido usted muy
rápida, señorita. ¿Será que está animada por la visita de sus abuelos y estaba
en verdad nerviosa por ellos?- concluyó.
No, no era por la visita,
de eso estaba segura, sino por comprobar si realmente aquel singular personaje
que acababa de conocer, iba a estar allí.
- ¿Señorita? ¿Se
encuentra bien? Se le enfría el agua.
Reaccioné quitándome el
resto de la ropa que tenía, subí y me introducí en la alta bañera, deshaciendo
mi trenza.
- ¿Sabes algo de un tal
Lyon, Luisa?
La joven sirvienta,
sonrió.
- Claro, señorita, es su
guardaespaldas.
Viré mi cabeza hacia
ella.
- ¿Cómo lo sabes?
- Todo el personal lo
sabe, es solo que su padre le pidió que la vigilase de lejos;- se encogió de
hombros.- supongo que ya que usted es mayor de edad, le ha permitido que lo
haga de cerca. – noté como su mirada se posaba en mi reloj momentáneamente.-Cosas
de padres, señorita.- concluyó.
- Ya…cosas de padres.-
hablé sospechosa.
- No se enfade con ellos,
señorita. Pregunte a sus mayores, seguro que tienen una buena razón para
mantenérselo oculto.
Comenzó a frotarme la
espalda, dejándome nuevamente pensativa. Moví mi muñeca, observando las gemas
pequeñas brillar.
- Es un bonito reloj,
señorita.- me dijo con una sonrisa.- No se lo quite nunca, no le ocurrirán nada
con el agua, esos relojes son duros como una roca.
La observé asombrada.
- ¿Has tenido alguno,
Luisa?
Ella sonrió de nuevo.
- Los he visto, señorita,
reconozco la forma del relojero.- tomó el champú.- Y ahora vamos a lavar ese
bonito cabello. Le haré un semirrecogido precioso. Va a ser la reina del baile
de esta noche.
- No es precisamente lo
que me gustaría.- refunfuñé.
- Hágalo por sus padres,
señorita, no se arrepentirá.- dijo y continuó con su tarea.
Un besaso, pronto veremos más ;)