miércoles, 18 de julio de 2012

4.- Tan sólo, un minuto.



Eran las diez menos cinco cuando llegué a la casa de mi amiga. Supuestamente, saldría del trabajo un poco antes, así que esperaba que ya estuviera en su casa.
Llamé al portero, apenas tenía que mirarlo, ya me sabía de memoria cual era.
-          ¿Sí?
-          Soy Samara.- respondí.
-          Sube,- dijo la voz de Ana.- estoy acabando, he llegado lo más rápido que he podido.
La puerta metálica cedió tras el pitido y un ligero empujón. Di la luz y subí hacia el segundo piso; en ese bloque sólo había dos familias: Una por planta, la de mi amiga y la vecina de abajo.
Entré y cerré suave, adentrándome por el pequeño pasillo de paredes amarillas claras y llegando al salón que era la primera estancia que te encontrabas. Saludé a los padres de Ana que me hicieron tomar asiento.
El hogar de mi amiga era todo lo contrario al mío: Moderno. El salón donde me encontraba tenía tres paredes blancas, y donde estaba situada la tele, en un mueble bajo, era una pared de color rojo. Tenía un largo pasillo que llevaba a las habitaciones tras encontrarte primero con el baño pequeño. La cocina, estaba en frente del salón, con su lavadero; y tras ello, se hallaba un patio en el que pasábamos los veranos tomando el sol. El segundo piso, que era el de Ana, era la última planta de ese edificio; eso explicaba que cada habitación tuviera un balconcito, excepto el salón que daba a una terraza hacia la calle.
-          ¿Cómo estás, Samara? ¿Qué tal la universidad?- me preguntó el señor Korbel.
-          Bien, acabo de empezar, no puedo quejarme.- le contesté sonriente.
-          Ana dice que has vuelto a marcar un nuevo record en atletismo.- continúo.
-          Eh… sí, en los doscientos metros, veintidós con cuatro.- le respondí cortésmente.
Se quedó maravillado, pronto reaccionó y me sonrió también. El señor Korbel, Hernán Korbel, era profesor de matemáticas del instituto y amante del deporte. No era muy mayor, pero tenía el pelo ya bastante canoso, aunque sus inmensos ojos azules, hacían que se notarán menos sus años; era un hombre alto y grande, sus manos eran casi el doble de las mías.
-          Hola, Samara.- me saludó con su risueña voz la madre de Ana.- ¿Quieres tomar algo?
-          No, gracias. Acabo de cenar.- le dije agradecida.- Veo que se ha cortado el pelo, le queda muy bien.
Ella se tocó su melena rubia recientemente moldeada en las puntas hacia fuera y lisa, rozando sus finos hombros. Era una mujer de constitución delgada en todos los sentidos y bajita. Su personalidad era abierta y amable, yo nunca la había visto enfadada, y digo nunca, porque llevo conociendo a Ana desde que estábamos en parvularios. Clara, que era como se llamaba la madre de mi amiga, tenía una larga nariz, su rostro era redondo y tenía unas leves pecas alrededor de ésta, era la viva imagen de mi amiga, aunque ella, estaba más normal, no tenía tal delgadez.
Si el padre de Ana parecía ser grande y corpulento, su madre, que le llegaba a su marido por el hombro, era todo lo contrario.
A veces me hacía gracia esa comparación, pues cuando los veías juntos, parecía que Hernán trataba a su mujer como un delicado jarrón de porcelana. Ella era tan pequeñita a su lado.
-          Veo que vais a salir un rato.- me siguió diciendo.- ¿Debes estar a las doce en tu casa?
-          Sí, supongo que una norma seguirá siendo una norma.
Clara me sonrió abiertamente.
-          Oh, cariño, algún día entenderás el porqué de esa norma. Cúmplela hasta el momento.- le devolví el gesto tímida.- Ya sabes cómo somos los padres, queremos lo mejor para nuestros hijos, y quizás esta sea una manera de protegerte de todo lo malo de este mundo. Este al mediodía han dicho en las noticias que un hombre ha apuñalado a unas jovencitas en una esquina cuando regresaban a sus casas de madrugada.
Hice una mueca. Clara era de las madres que pensaban que todo lo que salían en las noticias era tan cercano y peligroso, que lo mejor, era no salir a la calle, solo lo justo y necesario; era bastante miedosa.
-          Mamá…- le habló Ana entrando en el salón.- sabes que no voy a volver a las cinco de la mañana. Y esas chicas se metieron por donde no había un alma. ¿A quién se le ocurriría?
Me incorporé, no me había quitado ni el abrigo ni el bolso. Ana tomó su chaqueta y bandolera.
-          ¿Lista? – le pregunté a mi amiga.
-          Lista.- me contestó.
-          Ana Bel, no vuelvas tarde, hija.- le dijo su madre.
Se acercó a ella y la besó con cariño en la mejilla mientras le daba un abrazo.
-          Volveré, tranquila.- le habló paciente.- Hasta luego, adiós papá.
-          Hasta luego, chicas. Pasarlo bien y tened cuidado.
-          Si, sabes que lo tendremos.- le dijo con una sonrisa. Se giró hacia mí.- Vamos.
Salimos de allí. La temperatura era agradable, estábamos a mediados de octubre. Caminamos hacia el centro, al lugar de siempre, el pub Silence. Solía ser nuestro lugar de reunión y diversión; no es que no hubiera más pub o discotecas, es solo que allí el hermano de Ana, Antonio, estaba en la barra y nos rebajaba o invitaba a la bebida, cuando se lo permitían; además de informarnos de las actividades o de darnos las entradas gratis para los eventos que tenían a veces.
La entrada del pub era de piedra, imitando a una pirámide, de hecho, la entrada era triangular; nada más entrar, había una taquilla donde dejar los abrigos a la derecha, y a la izquierda estaban los servicios. Adentrándote, tenías dos barras donde elegir la bebida. La decoración era toda imitando a piedra, excepto la barra, que el tabique, era de auténtica roca. Todo era blanco y negro, una bonita combinación. Había varias columnas griegas que se repartían en todo el pub que se dividía en dos plantas: La parte de arriba que era la entrada, y la parte de abajo, que era un sótano reformado y la música cambiaba totalmente a la que sonaba arriba.
Nosotras por costumbre, bajábamos, pues allí, además de estar Antonio, había una parte vip donde podías sentarte con un poco de suerte, pues los sábados y jueves, por los universitarios, resultaba imposible.
Buscamos en la sala vip y encontramos un lugar sin esfuerzo, pues había varios libres, los viernes no solía venir mucha gente.
-          Voy a por las bebidas y saludo a mi hermano de paso.- me dijo Ana.- Quédate aquí, Miguel vendrá con David.
La miré ceñuda.
-          No me habías dicho nada de eso.
-          Mujer, no te iba a dejar sola cuando empiece a morrearme con él, ¿no te parece?
Reí por su comentario.
-          De acuerdo,- me quité mi chaqueta dejándola sobre mis piernas al sentarme en la butaca.- os dejaré el sofá.- le dije con sorna.
Y había uno enfrente mía de verdad.
-          Gracias, cariño.- me dijo dándome un beso y riendo.- ¿Lo de siempre?
-          Sí, ya sabes que no puedo beber alcohol con el deporte.
-          Pero Samy, mañana es sábado, de aquí al lunes…- me habló taciturna.
-          Está bien, un martini con limón, y cortito.
Rió contenta.
-          Marchando.- dijo yéndose hacia la barra.
Me fijé en la barra hacía donde se dirigía, sabía que su hermano me buscaría para saludarme. Y así fue: Ana le señaló donde estaba mientras se apartaba para que me viera, Antonio, que se le distinguía por su pelo rubio de punta y ojazos azules como su madre, aunque grande y fuerte como su padre; hizo un movimiento con la cabeza, alcé mi mano para devolverle el gesto y él pudiese continuar con su trabajo. Tras esto, mi atención fue a las escaleras por si veía aparecer a los chicos.
En ello estaba cuando vi de refilón el reloj decorativo de piedra con números romanos, eran las once. Suspiré largamente comprobando mi reloj de pulsera para confirmar la hora; a las doce en casa… ¡ay! De verdad que me conformaría con media hora más o quince minutos.
-          Hola, Samy. Qué guapa. Creo que es la primera vez que veo tu pelo peinado.- oí decir a mi lado.
Me giré descubriéndole.
-          Hola, Miguel, ¿no sabías que es la moda el no peinárselo? Sobre todo si practicas deporte y lo tienes cortito. Deberías ponerte al día.
Dejó su chaqueta colgada en el respaldo de la butaca que había a mi lado.
-          Oh, vamos, Samy… apenas salgo de la cafetería a casa, o de casa a aquí.- siguió hablándome divertido.
Miguel estudiaba a distancia psicología, sólo iba a los exámenes a la universidad que se encontraba en la capital.
-          Ah… entonces… ¿me estás diciendo que eres un inculto?
-          Bueno… respecto a modas seguro.- Reí sin remedio por su forma de decirlo. Se sentó a mi lado.- Estás muy guapa, Samy.
Enrojecí espontáneamente. Maldición, no era la primera vez que me halagaba con cumplidos así, pero hasta entonces no se me había declarado.
-          Gra… gracias.- logré decir dirigiendo mi vista hacia la barra con la esperanza de ver a mi amiga; la cual, parecía muy entretenida con su nuevo novio.
Él se dio cuenta, sonrió leve.
-          David está muy enamorado de Ana, no temas por ella.
Le miré con una mueca.
-          ¿De verdad? Es un modelo, Miguel. – sacudí la cabeza.- Ya sé que es tu amigo, pero esos tipos de chicos tienen cantidad de mujeres a su alrededor, por lo general. Aunque claro, no creo que sean como Ana.- dije defendiendo a mi amiga.
Lo cierto que David era muy atractivo, era ese tipo de chico moreno con los ojos claros resaltantes sobre su rostro adonis. Las horas de gimnasio se notaban en sus ropas ceñidas. Ana le llegaba por la nariz, y mi amiga, no era muy bajita que digamos.
Miguel miró conmigo a la parejita que hablaba animadamente mientras se acercaban y que traían las bebidas consigo.
-          Hola.- Dijo David al llegar mostrándome su mano.
La acogí.
-          Hola, nunca imaginé esto.- le contesté sin pensar.
Ana rió disimulada.
-          Bueno… yo tampoco.- admitió David con una sonrisa y miró con adoración a mi amiga.
Caramba, ¿sería verdad lo de que estaba enamorado?
Miguel se acercó a mi oído.
-          ¿Me crees ahora? Es la primera vez que le pasa.
Lo miré con el ceño fruncido y le hablé en voz alta.
-          No es la primera.- le dije sin acabar la frase para que los aludidos no se percatasen del tema, pues sabía que David había estado con más chicas antes.
David y Ana nos miraban extrañados.
-          Te lo aseguro,- me contestó.- al menos es la primera experiencia de este tipo.- sonrió, él también había hablado en clave, sólo para que yo lo entendiera.
Reí negando. Eché la fanta de limón al Martini que Ana me había dejado en la mesa.
-          Parecéis un matrimonio bien conocido.- nos dijo David.
Miguel y yo le miramos sorprendidos.
-          Es verdad, creí que la que mejor conocía a Samy era yo.- dijo Ana, y puso unos pequeños morritos de fastidio bromeando.- Creo que voy a ponerme celosa.
Miguel rió divertido.
-          Vaya, puede que no seas la única que la haya observado todo este tiempo, ¿no crees?- le dijo pícaro.
Tomé un sorbo largo de mi bebida. Acababa de recordar que se había declarado en la cafetería esta tarde. Cielos, ¿qué se suponía que debía hacer?
-          Samy,- oí que me decía Ana.- ¿qué te pasa? Te has quedado callada de repente.
-          No me pasa nada.- respondí con rapidez intentando no ponerme nerviosa al acordarme de todo, lo mejor sería hacer cambiar a mis pensamientos de tema. Sonreí con éxito.- Decirnos vosotros, que sois los protagonistas, ¿esto va a ir en serio?
-          ¡Samara!- me advirtió Ana.
David rió con Miguel.
-          No pasa nada, Ana Bel.- le dijo su chico mirándome.- ¿Eres acaso la representante de sus padres?
-          Mejor dicho, soy la representante de su corazón. – le dije seria.
Ana sonrió tímida y alcanzó una de mis manos, la que sujetaba el vaso, y me dio un suave apretón. Supe que quería decir que estaba agradecida porque me preocupase por ella.
-          Voy en serio.- dijo David firmemente. Y la miró con ternura.- Totalmente en serio.
Me encogí de hombros.
-          Oh, rayos. Que sea entonces lo que queráis.- dije dando mi asentimiento.
Ellos rieron.
-          Gracias, señora Corazón de Ana Bel.- me dijo David divertido.
Reí con ellos.
Comenzamos a hablar entre nosotros de pequeñas anécdotas y sucesos de antes de conocernos; reíamos y opinábamos hasta que nuestras bebidas se acabaron. Fue cuando escuchamos que la música era romántica.
-          ¿Quieres bailar conmigo?- le dijo risueño David.
-          Claro.- respondió entusiasmada cogiendo su mano.- ¿Venís?
Ambos negamos con la cabeza. Se alejaron hacia la pista dejándonos solos.
Miguel se giró hacia mí.
-          Samy, - le miré en respuesta.- ¿y tú qué piensas de mí?
Vaya, tenía que salir el tema.
-          No lo sé,- le contesté sincera.- por un lado parece que has estado jugando conmigo hasta que te has cansado y decidido a decirme la verdad, porque estoy segura, de que sabías que yo te seguía la corriente pensando en Estefanía.
-          Eh… no es así exactamente, no tengo la culpa de que no te percatases y te encerrases en la idea de que te preguntaba por cosas de ella. En verdad, quería saber cosas de ti, pero tampoco quería que te dieras cuenta, así que me enmascaré con ella.
Le miré de reojo.
-          ¿Juras que siempre ha sido así?
-          Lo juro.- me dijo solemne.
Suspiré largamente.
-          Déjame pensarlo.- le dije mirando al suelo, y con ello, mi reloj de pulsera que hizo que me levantase de mi asiento asustada.- Tengo que irme.
Tomé mi chaqueta colocándomela y el bolso, el tiempo había pasado tan rápido que parecía imposible.
Miguel me miró extrañado.
-          ¿Qué sucede? ¿Tanto mal he hecho?- dijo dolido.
Le miré con una frágil sonrisa.
-          Perdóname, no se trata de ti, es que son las doce menos diez. Tengo que estar a las doce en casa, tendré que darme una buena carrera para llegar.
Miguel sacó su móvil del bolsillo vaquero y miró la hora.
-          Vaya, pues es verdad. Yo tampoco me había fijado. ¿Te acompaño?
-          No es necesario,- le dije saliendo de entre las butacas.- deberías quedarte y explicarles a ellos porque me fui tan deprisa.
-          Puedo mandarles un mensaje.- cogió mi mano tirando de mí.- Vamos, quiero ver a esa deportista.
Reí.
-          ¿De verdad crees que podrás seguir mi ritmo? – le interrogué juguetona.
-          Nunca he probado.- fue su contestación mientras salíamos a la calle y comenzábamos a correr.
No había mucho tráfico, pero sí gente en la calle, sobre todo en la avenida principal que teníamos que atravesar antes de llegar al tercer semáforo, donde la segunda calle a la derecha, debíamos girar para rodear la manzana y llegar a mi casa.
Miré mi reloj con un poco de miedo.
-          ¿Sabes? Al principio me propuse que me quedaría media hora más o quince minutos tan solo para demostrarles a mis padres que ya soy mayor… pero no puedo, me mata la conciencia.
Miguel sonrió tímido.
-          Eso no es algo malo, Samy. Deberías preguntarles a tus padres alguna vez el porqué de esto.
Tomé aire. Tenía razón, nunca había preguntado aunque la curiosidad me comía en muchas ocasiones. Llegamos al semáforo, miré de nuevo el reloj angustiada, faltaban tres minutos.
-          No lo lograré, al menos, no llegaré en punto.
Miguel tiró de mí con fuerza, corriendo rápido y saltándonos el semáforo. Los coches pitaron frenando y chillándonos como locos, pero no hicimos caso. Mis pies siguieron a los suyos a toda velocidad posible.
Pronto llegamos a la esquina, oímos las campanadas.
-          ¡Mi casa está ahí!- exclamé sin soltarme entre jadeos por la carrera.
Cinco campanadas, seis, siete…
-          ¡Cielos! ¡Ni que esto fueran mis nuevos 100 metros!- dije.
-          ¡Hemos llegado!- dijo él parando cansado y soltándome.- ¡Vamos, llama… - dijo entre jadeos.- diles que estás aquí!
Reaccioné soltándome de su mano. Corrí esa pequeña distancia dispuesta a hacer lo que Miguel me había dicho. Las campanadas habían cesado. Paré extrañada ante la puerta.
-          ¿Qué pasa, Samy?- me preguntó Miguel llegando a mi lado y cogiendo mi mano preocupado.- ¿Samy?- miró entonces lo que yo miraba- ¿Qué está pasando?
Miré mi reloj asustada, sólo había pasado un minuto. Apreté la mano de Miguel, cerré los ojos sin aún poder dar crédito: Mi casa había desaparecido, y con ella, todo nuestro alrededor, había cambiado.

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