-
¿Samy? - volvió a llamarme reaccionando despacio.- ¿Te
encuentras bien?- me preguntó sin soltarme.
Apreté más su mano, abrí los ojos y miré de nuevo asustada a mi alrededor.
¿Dónde estábamos? ¿Qué había pasado?
-
Sí…- respondí para tranquilizarle.- y no…
Me volteó hacia él con mi mano aún cogiendo la suya. Me abrazó con su brazo
libre. Le oí suspirar mientras me apretujaba contra él. Oí su corazón latir a
mil por hora, pero no tenía tiempo de pensar de si era por nuestra proximidad o
por la situación en donde nos hallábamos.
-
Parece… como otra ciudad.- comentó sorprendido.
Me deshice de su abrazo pero no de su mano.
-
No me sueltes, por favor.- le supliqué.- Creo que eres
lo único real para mí.
Él sonrió frágilmente.
-
Para mí también. Mira el cielo.- lo hice y me quedé
pasmada.- Es hermoso, ¿verdad? Dos lunas, una rosa y otra amarilla, es como si
estuviéramos en otro mundo.
Medité sus palabras.
-
Y si es así, ¿qué debemos hacer?
-
Creo que por el momento, deberíamos buscar algún lugar
donde pasar el resto de la noche.- miró a su alrededor.- Si no fuera por el
cielo, diría que es una ciudad normal como la nuestra.
Se me ocurrió una idea. Había varias casas con jardines muy bien cuidados,
en algunas se veía luz. La calle estaba muy bien iluminada, lo que la
diferenciaba de las nuestras era que el asfalto era verde botella brillante.
Las farolas colgaban como pendientes y se tambaleaban con la brisa; al fijarme
mejor, me di cuenta que eran lámparas de aceite pero el fuego no era rojo sino
azul. Y la calle, no era recta, hacía como un zigzag.
-
Es obvio que el diseñador de este planeta – dijo
Miguel en voz alta admitiendo que estábamos en un mundo extraterrestre.- está
muy a la moda.
Reí levemente.
-
Miremos por una de las ventanas iluminadas. Quiero
saber si son personas.
-
Buena idea.- me miró acariciándome unos segundos.- No
nos soltemos.
-
No pensaba hacerlo.- le dije.
Caminamos silenciosos hasta la segunda casa. Pasamos por el caminillo
asegurándonos de que no había nada extraño dentro de ese perímetro que
atravesábamos del jardín, pues estando en un lugar desconocido, ¿quién sabía lo
que podía haber?
Nos aproximamos a la ventana que estaba a la derecha. Tenía una cortinilla
de encaje blanco con forma de lágrima. El interior que se veía parecía ser una
sala de estar. Miguel y yo nos quedamos asombrados al ver que también tenían
televisión, sofás, mesas y sillas. ¿Acaso era nuestro mundo futuro?
Porque todo era igual pero más moderno.
Dislumbré a alguien sentado en una butaca: Era una anciana que se había
quedado dormida.
-
Son personas.- confirmé en voz alta.
Nos miramos.
-
¿Dónde estaremos entonces?
-
No lo sé… pero si esto era lo que iba a suceder por no
llegar a casa antes de medianoche, debieron avisarme.
Miguel me observó minucioso.
-
Te avisaron, te dijeron que llegaras antes de esa
hora.
-
Pero nunca me contaron nada.
-
Tú tampoco has preguntado, ¿verdad?
Respiré hondo.
-
No, nunca he cuestionado ninguna norma, porque eso
mismo, el no cuestionar, es otra de las normas.
-
Vaya, entonces tus padres debían saber de esto y
quizás pusieron esas normas para protegeros.
-
¿Protegernos de qué?- le dije algo enojada.- ¿Acaso
ves algún peligro?
Él hizo una mueca.
-
Tienes razón, tan sólo que estamos perdidos.
Solté el aire cansada. Miré de nuevo a mi alrededor.
-
Salgamos de aquí y busquemos un lugar donde pasar la
noche.- volvió a recordarme.- Está comenzando a refrescar. La temperatura
parece igual que en nuestro mundo.
Era cierto, apenas hacia fresco, era la misma temperatura otoñal de dónde
veníamos.
Salimos del jardín alejándonos de allí. Caminamos por la calle en silencio,
con nuestras manos aún unidas. Por donde pasábamos, todo eran casas, no había
árboles, ni fuentes, tan sólo las farolas y ese asfalto verde que cuando lo
pisábamos parecía hierba.
Terminamos la calle zigzagueante y nos adentramos en otra exactamente con
el mismo diseño. Seguimos caminando algo decepcionados hasta llegar al final de
ésta.
-
Esto parece interminable.- comentó Miguel haciendo que
parase.
Me sentía al borde de mis emociones, pero no quería derrumbarme delante de
él, no podía hacerlo cuando lo que nos había pasado era culpa mía.
Le miré con un esfuerzo y le sonreí leve. Quería soltar su mano y acariciar
su bello y preocupado rostro. Iba a hacerlo…
-
No sueltes su mano.- Oímos. Nos giramos para ver quién
había dicho aquello obedeciendo. – Hola, pequeña Samy.
-
¿Señora Ximitxu?- pregunté asombrada para asegurarme.
Ella sonrió frente a nosotros sobre su bastón.
-
Seguirme, si queréis soltaros, debéis encontrar un
punto de equilibrio, en este mundo, es mi casa. Allí podréis descansar.- volvió
a sonreír al ver que no podía reaccionar ante sus palabras. Se rodeó dándonos
la espalda.- Es por aquí, venid.
La señora Ximitxu avanzó lentamente con la ayuda de su bastón. Tiré de
Miguel que estaba entre extrañado y turbado.
-
Vamos, ella es mi vecina.- le expliqué comenzando a
andar.
-
¿Qué… qué es tu qué…?- consiguió decir.
-
Mi vecina,- le miré un instante.- vive enfrente de mi
casa.
-
No entiendo nada.- Guardé silencio, yo tampoco
entendía nada.- ¿Tu vecina vive en este planeta?
-
No, vive en nuestro mundo, acabo de decirte que vive…
bueno, al menos vivía, en frente de mi casa. No me preguntes… tengo las mismas
dudas que tú. Pero es la única persona que conocemos aquí.
Miguel calló pensando en mis palabras, dándose cuenta de que mi voz
temblaba al igual que mi mano.
-
De acuerdo. Le haremos las preguntas a ella. Aunque…-
habló meditativo.- ¿Qué habrá querido decir con eso de “punto de equilibrio”?
¿Y por qué no el soltarnos? Ni que fuéramos a desaparecer…
Paré mirándoles espantada.
-
Miguel… no te sueltes, por favor.
-
No lo haré, tranquila.- me dijo afable mientras se
maldecía por haberme asustado.
-
Vamos, niños, no tengo toda la noche.- escuchamos
decir.
Reanudamos la marcha buscando con la vista a mi anciana vecina. Vimos que
apartaba una verja, avanzaba por un pequeño sendero y subía unos peldaños.
Llegamos a esa verja, siguiendo todos sus pasos. La señora Ximitxu nos esperaba
en la puerta de su propia casa, la misma casa que yo conocía.
-
Pasad, dentro, y sólo dentro de esta casa,- repitió
seria.- podréis soltaros.
Entramos ante ella que cerró tras nosotros.
Nunca había entrado a la casa de mi vecina, y pensé que parecía un hogar
delicado y acogedor. Sus muebles eran de un rojo tirando a marrón oscuro con
pequeños adornos acentuados en color dorado. Las paredes eran como las típicas
casas japonesas, de papel. No pude evitar tocar la pared para asegurarme de que
era exactamente igual; sonreí internamente, solo era papel pintado en una pared
normal que imitaba perfectamente a lo que creía que era.
-
Poneos cómodos.- nos dijo adentrándose en lo que
parecía un saloncito.- Y podéis soltaros, ya os lo he dicho.
Miguel y yo nos miramos unos instantes, asentí y nos soltamos las manos
despacio. No pasó nada.
Suspiramos aliviados. Sonrió haciéndome el gesto de que fuéramos con ella.
Asentí de nuevo avanzando a la estancia.
Me deshice de mi chaqueta y bolso, dejándolo en una silla. Miramos a la
señora Ximitxu.
-
Sentaros, niños.- lo hicimos obedientes frente a ella.
Nos estudió severa, para luego, cruzar sus manos sobre la mesa y sacudir la
cabeza.- Vaya, vaya… lo que no esperaba era que él viniera contigo.- miró a
Miguel.- Tú tendrás que quedarte aquí hasta que ella acabe lo que ha empezado.
-
¿Lo que ha empezado? – preguntó Miguel atónito por sus
palabras.- ¿Qué ha querido decir? ¿Y puede saberse dónde estamos, por qué debo
quedarme en esta casa? ¿Y quién es usted?
La señora Ximitxu sonrió amable pero rígida. Me observó fijamente sin
contestar a las preguntas de Miguel, lo comprendí al momento.
-
Por favor, señora Ximitxu, necesito su consejo.- le
supliqué.- Necesitamos saber.
-
Sí, tienes que saberlo.- me dijo sin dejar de mirarme.
Suspiró largamente. Guardamos silencio esperando a que hablara. Se echó hacia
atrás en su sillón de anchos y acolchonados brazos.- Tu madre sabía que esto
iba a pasar, así que me llamó para tomar un té y discutir que sería lo mejor
para ti, y muy a su pesar, tu querida madre, admitió que esto era lo mejor: Enfrentarte
a lo que eres.
Me quedé pasmada unos segundos.
-
¿Y… qué soy? ¿Una extraterrestre o algo así?-logré
decir pensando en las conclusiones que Miguel y yo habíamos llegado a tener.
La señora Ximitxu rió fuertemente.
-
¿Extraterrestre?- repitió mientras hacia un esfuerzo
por parar de reír.- Vaya… sí… niña,- me miró sonriente.- al menos eres medio de
ello, porque eres medio humana.
Miguel comenzó a reír incrédulo.
-
Por favor, señora, no es por ofender, ¿pero todo esto
es un montaje?
-
No,- le dijo toda firme.- no joven,- volvió a
mirarme,- Samara viene de un antiguo linaje de dioses.
-
¡¿Qué…?!- exclamé alucinada, negué mientras hablaba.-
Eso es imposible, nadie de mi familia tiene poderes, son personas normales… ni
siquiera he oído hablar de que mis antepasados…
-
No, por supuesto que no, eso os pondría en peligro. Imagínate
cuanta gente le gustaría apresaros y estudiaros, o peor, usar vuestro poder.
-
Je.- miré al suelo pasando una mano por mi cabeza sin
creer en nada.- Esto es una broma demasiado pesada.- levanté mi mirada.- ¿Qué
clase de poder se supone que tengo? Mejor aún, ¿qué diosa soy?
Sonrió de nuevo, pero esta vez, fue una sonrisa cálida; supe entonces que
hablaba en serio.
-
Eres descendiente de uno de los dioses del tiempo:
Kairós. Y de una humana, tu tatarabuela. Tienes sangre corriendo de ambos en
tus venas, y eres una de las elegidas para tener el poder de los dos;- su
mirada fue intensa mientras hablaba.- el poder del espacio-tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario