La señora Ximitxu había preparado dos bocadillos, una tableta de chocolate
y una botella de agua. Lo metí todo en la mochila, creí que sería una molestia llevar
tantas cosas, pero la sorpresa era que no pesaba nada.
-
Querida, está hecha por un guardián.- me dijo al ver
mi cara, la miré asombrada.- Sí, fue de mi guardián, ahora te pertenece.
-
¡Vaya!- logré decir.- No sabía que fueran tan buenos
artesanos.- Rió divertida.
Miguel, que estaba con nosotras en la cocina, nos miró a las dos
interrogativo.
-
¿Es una mochila mágica?- dijo divertido.
-
Bueno, digamos que no es de este mundo.- le contestó
la señora Ximitxu seriamente.- Miguel, ¿por qué no te das un paseo por la casa?
Tendrás que acostumbrarte a ella.
Mi amigo resopló cansado.
-
Me habéis dejado aquí más de una hora, ¿de verdad
cree, señora, que no conozco la casa?
-
Puedes salir alrededor del jardín, siempre que no
salgas de la valla. Es el límite temporal, sino quieres desaparecer.- le habló
mientras me daba una lata de aquarius- Sé que te gustan.- me dijo sonriéndome.
Miguel se incorporó.
-
¡Oh, diantres! Qué remedio.- dijo refunfuñando.- Voy a
ver ese jardín, ¿puedo al menos trabajar en él? Porque si no voy a aburrirme
mucho.
La anciana le miró de en hito en hito y volvió a sonreír.
-
No es mala idea que trabajes en mi jardín, solía
cuidarlo mi marido cuando vivía, y luego mi hijo, pero éste último, no tiene
ahora tiempo suficiente.
-
No se arrepentirá, señora Ximitxu.- le habló alegre de
tener algo en lo que entretenerse.
-
Espera, Miguel…- le llamé acercándome a él.- te
acompaño. Quiero ver el jardín.
Él me miró en silencio unos segundos y asintió. La señora Ximitxu no dijo
nada, siendo como era ella, sabría qué era lo que me proponía.
-
No salgáis de la valla.- repitió mientras repasaba en
mi mochila si estaba todo.- Estaré en el salita.
Miguel salió.
-
De acuerdo, volveré pronto para ponerme en marcha.
-
Tranquila, tómate el que necesites.- me habló tierna.-
Te está esperando.
Abandoné la cocina, salí al exterior avanzando hacia la parte de atrás,
donde estaba el jardín. Busqué con la vista a mi amigo, le vi sentado en un
banco al lado de una pequeña laguna artificial. Me senté a su lado maravillada
del panorama: En la laguna había peces de colores, un caminillo de arena se abría
paso a través de todo el jardín hasta una puerta, daría a la parte de atrás de
la casa; unos farolillos colgaban sobre unos pequeños muros de piedra, y
alrededor, todo un señor jardín con cerezos, rosales, damas de noche, prímulas…
y otros que no sabía qué eran. Reconocí que había también mucha maleza y malas
hierbas. Miguel estaría entretenido, sin duda alguna.
-
¿Ya lo tienes todo?- me preguntó de repente. Asentí
tímida.- Es una pena que no pueda ir contigo y ayudarte, ni tampoco
protegerte.- dijo con impotencia en su voz.
Tomé su rostro con mis manos y le miré a los ojos agradecida porque se
preocupase por mí.
-
Estaré bien, volveré a por ti. Te lo prometo.- le
dije, y sentí que así sería cuando me vi reflejada en su mirada. Le solté
mirando a un lado cortada.- La señora Ximitxu dice que tengo un guardián.
-
¿Ah, sí? ¿Le has visto, sabes quién es?- negué, cogió
un trozo de hierba observándola distraído.- Entonces, ¿cómo es que están tan
tranquila y segura de que todo saldrá bien? Al principio, estabas muy asustada.
-
Sí, es verdad.- miré el cielo recordando una vez más
aquellas palabras entre sueños.- Pero aunque no conozca a mi guardián, de
alguna manera, siento que está conmigo.- él me miró sorprendido, lo noté y le
devolví mi mirada.- ¿Qué?
-
¿No te habrás enamorado de él?
Reí por la conclusión.
-
Por todos los santos, Miguel,- le dije calmándome.- no
lo he visto, pero me siento bien porque ya no me siento sola.
-
Comprendo.- dijo solemne.
Hubo un rato de silencio. Oímos algunos pájaros cantar, el chapoteo de
algún pez del pequeño estanque y una suave brisa que movía todo el jardín. Se
respiraba paz en aquel lugar.
-
Te echaré de menos.- le dije.
Él sonrió levemente, nos miramos.
-
Supongo, que no tendrás tiempo para pensar en lo que
hablamos.- me dijo.
-
Puedo intentarlo.- me apresuré a decir.
Miguel acarició mi rostro unos instantes, acercándose despacio. Pensé que
iba a besarme en los labios, pero no lo hizo. Se aproximó hacia mi pelo y me
sostuvo en u abrazo mientras aspiraba su olor.
-
Prométeme que te cuidaras mucho, yo velaré por ti,
aunque sea en la distancia.
-
Te lo prometo.- le confirmé.
Sentí un suspiro en mi cabello salir de su boca. Se retiró, nos miramos de
nuevo.
-
Estaré esperándote.
-
Lo sé.- le dije tierna.
Me levanté del banco.
-
Por favor, Miguel, no salgas de esta casa. Es
peligroso.
Asintió.
-
Tengo cosas que hacer aquí, ya saldré cuando
regreses.- dijo haciendo un esfuerzo por animarse.
Mordí mi labio inferior. Giré en mis pasos para regresar adentro con la señora
Ximitxu.
-
Adiós.- le dije sin mirarle; no me atrevía, porque era
hasta doloroso.
-
Hasta pronto.- me dijo él cuando ya no podía oírlo.
Se incorporó del banco. Andó unos pasos para verme por una ventana y
comprobar que llegaba hacia donde estaba la señora Ximitxu. Sonrió sereno.
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